Había sangre en las escaleras. Mi vecina Antonia observaba tras su puerta entreabierta. No
fue fácil subir sin mancharme los zapatos. Esta vez habían dejado
la muerta justo delante de mi puerta. Todo aquello no podía ser
casual. Metí la llave y abrí procurando no mirarle la cara. Salté
el cadáver y fui directo a mi cama, ya pensaría más tarde en
asesinatos, ahora necesitaba dormir.
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