sábado, 11 de diciembre de 2010

Abro los ojos. ¿Por primera vez? Estoy en una habitación toda blanca. De un blanco sucio de tiempo, con señales de viejas goteras en el techo. La luz entra a raudales por la ventana enrejada a mi derecha. Frente a mí la puerta cerrada, también blanca, también sucia. No se oye ningún ruido.
Así permanece todo durante un tiempo indeterminado. Siglos. O un segundo.
Por fin, o por principio, me llega el sonido de unos pasos al otro lado de la puerta. Existe alguien más, no soy el único, no estoy solo. La puerta se abre y aparece una mujer pequeña, vestida con hábito, la cabeza cubierta con una toca; trae una bandeja con un trozo de pan oscuro, un plato que desprende vaho y un vaso grande de agua. Lo deja en la mesa y se sienta en la cama, a mi lado, muy cerca de mí. Me entra por la nariz un aroma rancio de naftalina. Se me queda mirando fijamente, sin parpadear, sonriendo leve, irónica. ¿Qué ve? ¿qué soy? Levanto mi mano derecha para ver, al menos, un trozo de mí mismo. Parezco humano. Ella habla:
-¿No quieres preguntarme nada?
No contesto. No sé si puedo hablar. No sé si sé hablar.
-¿Necesitas algo?
La nada no necesita nada. El vacío no quiere ser otra cosa.
Se levanta sin cambiar la expresión de su rostro, de los misteriosos pliegues de su hábito saca unas hojas de papel y un lápiz. Lo deja en la mesa, junto a la bandeja. Dice:
-El profesor Onliyu pasará esta tarde.
Y sale cerrando la puerta tras ella.
Me levanto de la cama, me acerco a la mesa. La extraña mano que descubrí hace un minuto coge el lápiz y escribe estas líneas en una de las hojas de papel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario